“Por Maite Marín, Directora del Área Social de FANOC”
«Apaga y vámonos»
Hace unos días mis hijos vinieron a casa informando de que para aquella semana estaba programada una huelga de estudiantes y pensé… ¡mira otro día perdido de clase!!. Pero cuando les pregunté por qué causa se convocaba y me dijeron que el motivo de la huelga era la salud mental, lo medité y estuve de acuerdo en que la secundaran.
Quizás no estéis de acuerdo con mi razonamiento pero este último año he reflexionado mucho sobre este tema.
Cuando se piensa en la salud mental quizás uno, se centra en los casos en los que una persona sufre una posible discapacidad psíquica, pero hay muchísimos más casos que afectan cada vez más a nuestros niños y adolescentes.
De cuando yo era pequeña ahora se ha trabajado mucho en la integración de la mayoría de los alumnos en las escuelas, sobre todo en temas de inclusión de niños con necesidades educativas especiales. Ahora, es increíble ir a un aula donde hay algún niño/a que sufre algún tipo de discapacidad y cómo el resto de compañeros se vuelcan para ayudarles.
Ahora es necesario dar un paso adelante por la salud mental de nuestros estudiantes en las aulas.
Cada vez existen más casos de alumnos con diferentes trastornos de la conducta o afectaciones y resulta muy difícil su detección, o incluso programar una valoración para poder aplicar un plan individualizado adecuado a sus necesidades, por falta de recursos y de dinero. No todas las familias pueden recurrir a la atención privada para poder conseguir rápidamente un diagnóstico y deben esperar a que las escuelas hagan la petición y la derivación pertinente.
En el último año educativo de mis hijos he conocido y acompañado en primera persona situaciones y casos verdaderamente angustiantes tanto por los estudiantes como para sus familias.
Es verdad que la covid ha hecho mucho daño anímica, emocional y psíquicamente y las consecuencias de ello se van manifestando paulatinamente en el día a día.
Si a todo esto le sumamos un bachillerato, ya sólo nos queda decir apaga y vámonos.
Creo que todos podemos estar de acuerdo en que bachillerato es quizás una de las etapas más difíciles de la vida de un estudiante (sin quizás contar con algunas carreras como medicina o aeronáutica,….). Si a esto le sumas que ciertos profesionales de la educación se centran en remarcar todo lo que puede resultar negativo del alumno y no valoran ningún esfuerzo, ninguna dificultad reconocida ni la trayectoria estudiantil hasta el momento, no me extraña nada haber oído durante este pasado curso un montón de casos de depresión, ataques de ansiedad, angustias, trastornos de la conducta alimenticia,…
Con esto no quiero decir que todos los maestros sean iguales, ya que he tenido la gran suerte de conocer y coincidir con magníficos maestros que han hecho un fantástico trabajo con sus alumnos.
Yo también hice bachillerato en su momento y no recuerdo la presión por la que ha pasado este año mi hija y sus compañeros.
Puedo entender, que estadísticamente, para un instituto, el número de aprobados en la selectividad es un referente y les da status, pero ¿vale la pena si es a costa de la salud de sus alumnos? ¿Vale la pena ser tan exigentes? (más que la propia selectividad, donde te juegas la media para poder entrar en la carrera deseada)
Pensamos en lo que está pasado y buscamos soluciones. Se puede y debe ser exigente, pero se puede ser motivando, valorando y sacando el máximo rendimiento de uno mismo sin olvidar que son personas y que por encima de todo se debe velar por su salud mental y emocional.