Comunicar, esa acción que con mayor o menor éxito nos relaciona con el mundo, es un aprendizaje íntimamente relacionado con la construcción de nuestra identidad como adultos. No nos planteamos lo importante que es. Solo sabemos que si nos comunicamos bien, nos sentimos bien. Hemos logrado que nos entiendan y hemos podido entender.
Esto que parece sencillo, implica asumir una responsabilidad: entender que lo importante no es decir sino cómo se dice; que la clave no es lo que yo digo sino lo que el otro entiende; anticipar qué podrá sentir el otro con lo que decimos. En otras palabras, asumir que para comunicarnos hemos de aprender a ser empáticos, ponernos en el lugar del otro.
La comunicación asertiva es un equilibrio entre decir y escuchar. Hacerlo no es sencillo. Es una habilidad, un aprendizaje paralelo a la construcción de la autoestima. Si una persona se siente segura, expresará sus puntos de vista y emociones sin imponer ni agredir. Y no se sentirá avasallada por otras opiniones.
En familia ocurre lo mismo. Una familia sana se construye desde una comunicación con franqueza, donde cada uno sostiene sus puntos de vista con afecto y respeta a los demás.
Toda familia tiene una modalidad, una determinada forma de decir. No se trata de hablar. Hablar y decir no es lo mismo. Se trata de decir de un modo tal, que a la vez construya en los hijos la propia capacidad de decir. Que en una familia la palabra circule significa que hay permiso para pensar, disentir y construir ideas propias. Aquello que dicen los hijos es, en parte, construido por lo dicho por los padres. Los padres que se quejan de cómo les habla un hijo, quizás no están viendo que es el mismo modo con el que ellos se hablan y hablan a sus hijos.
En la familia numerosa se agrega otro escenario: la necesidad de mayor espacio ante la llegada de nuevos integrantes. “Hacer lugar” para otro en el discurso familiar. Que los más pequeños también puedan decir y ser escuchados. Es todo un desafío.
Marcela de la Canal – Directora Centre Balmes Psicólogos
